Diarios colectivos de la pandemia

Todo ha cambiado. Tenemos pandemia, tiempos oscuros, encierros, duelos, desgracias. Toboganes emocionales, incertidumbre, situaciones complejas. Estamos ante algo que no imaginamos, repetimos, como si quisiéramos creérnoslo, como si no termináramos de captarlo. Nosotros que nos creíamos de vuelta de todo, millennials, X, boomers. Aquí estamos repitiéndonos, contándonos unos a otros lo que nos ha pasado, reconociéndonos en el otro, volviendo a los libros, al hogar, a lugares íntimos, que habíamos olvidado. O no, pienso, yo no los había olvidado, pero no me daba la vida. Los habíamos olvidado colectivamente. Eso es.

Qué suerte que al menos podemos leernos, escribir, contarnos y lanzarlo en las redes con la pequeña alegría de que alguien nos lea. O al menos con el alivio de soltarlo.

Hoy he leído esto sobre los No esenciales de una pandemia, de Anna Pacheco; el dossier, Diario de la pandemia que está construyendo la Revista de la Universidad de México con varios escritores. Paul B. Preciado y cómo cuenta que el amor, en este caso de sus padres, destroza otras distancias mentales, y la ansiedad de Mariana Enríquez, que es la mía y la de muchos, creo.

Leer en papel o no

La asociación entre verano y libros siempre me ha resultado un poco forzada. Esos artículos que recomiendan lecturas de verano, como si uno necesitara tiempo libre para leer. Viene bien, claro, no voy yo a decir que no. Pero creo que no conozco a nadie que lea tres libros más en unos meses si no tiene una adicción regular a lo largo del año.

Estos días he leído a Moeh Atitar y a Ramón González Ferris sobre el tema de la acumulación de libros y aquel debate tan recurrente sobre si es necesario dejar el papel. Hemos designado a las bibliotecas decoración necesaria de una casa que nos resulte familiar o de un huésped deseable (e incluso sexy), pero hay que aceptar que dedicamos muchísimo lugar a los libros, y esto en épocas en que el espacio que tenemos en casa cada vez es más escaso. Cuando he tenido que meter en una maleta mi vida para venirme a vivir a otro hemisferio he tenido automáticamente claro que muchos libros podían ocupar un lugar inamovible en mi alma pero no iba a ser posible trasladarlos toda la vida.

Conozco una persona que al darse cuenta de que normalmente no relee libros, sólo mantiene en su casa los libros que está leyendo en ese momento. Cuando los termina los regala o incluso los pone en la basura si no le gustan. Puedo entender la lógica de esto y aún así ese pensamiento me causa un inevitable escalofrío. Soy de las que no releo, pero aún así el marycondismo me asusta un poco. Nunca he contado la cantidad de libros que tengo en casa, y al leer a Ramón, que ha cifrado los suyos en una sana cifra de 2.500 he empezado a pensar si debería hacerlo.

Recuerdo pasar hace unos años por esta misma disquisición interna del papel-digital, aunque no me duró mucho. Coincidió con la llegada a mis manos del Kindle Paperwhite. Lo cito con nombre y apellido porque creo que es una de mis posesiones más queridas. Esta sí que es una máquina perfecta.

Tener un Kindle significó para mí una multiplicación exponencial de la cantidad de libros que leía, algo que ya he contado por aquí. El tener cientos de libros a mano, con la simplicidad del único click de Amazon para comprar (son muy listos en eso), y poder llevar literalmente esa cantidad de libros todo el tiempo conmigo hizo que mis horas de leer se multiplicaran automáticamente. Confieso ser de esas que va andando y leyendo el Kindle, pero sólo con libros que me gustan mucho.

Que nadie crea que he renunciado al derramamiento de savia innecesario. Suelo comprar libros de papel si me gusta la encuadernación, o si son de amigos. Hay libros que valen por su edición, porque el objeto tiene un significado emotivo especial, porque los recuerdos son dulces e invencibles. Y al regalar, regalo libros de papel, claro. Ramón cuenta ese momento tan bonito que es cuando has hablado de un libro con un amigo y puedes sacarlo de tu biblioteca y dárselo. Sabes perfectamente que estos libros muchas veces no vuelven pero no te importa demasiado, porque eso será que se han gustado.

¿Por qué nos gustará tanto hablar de libros? En la página de los libros que estoy leyendo voy apuntando los que termino, y en mi Goodreads están con la puntuación que les he dado.

Newtral

En el medio de este auténtica jauría de talentos estoy yo desde esta semana, hablando con unos y otros, escuchando ideas y dibujando proyectos para que la información veraz llegue más lejos que el ruido. Esto en periodismo hoy es un lujo.

Estoy muy feliz de volver a una redacción que además es una startup tecnológica con el foco puesto en la información y el fact-checking. Estaré coordinando el área digital. Gracias Ana Pastor y maravilloso equipo de Newtral por contar conmigo. Habrá novedades, por ahora tenemos mucho trabajo por delante.

Japón, día uno

01/08/2017

Día 1: Años luz

Resumen del primer día, si no me quedo dormida sobre el teclado. He estado todo el día con la cabeza  absorbiendo imágenes, impresiones, preguntas, demasiadas preguntas. Esas mismas ideas han cambiado durante estas primeras 24 horas, y esas mismas preguntas han encontrado respuestas. Algunas.

Todo me pasa rápido en Tokio. A la vez hay una serenidad paradójica, evidente y curiosa. Es una ciudad multitudinaria en la que uno puede encontrarse rápidamente en un lugar donde encuentra paz: el sendero solitario de un parque, una mesa en un hueco de un restaurante en la decimoquinta planta de un rascacielos, una esquina donde uno se queda mirando una bicicleta aparcada.

Llegar a Tokio no es fácil, es de las primeras cosas que pienso. El primer vuelo fue Madrid-Dubai, duró 7.25 horas y al llegar a Dubai la conexión en el aeropuerto tenía un layover de 8 horas. Con lo que una llega al siguiente avión con la espalda dolorida y unas ojeras de boxeador que hacen que 8 horas más tarde el chofer del transfer del hotel nos pregunte cuántas horas llevamos de viaje en un inglés non existente.

Mis frases de oro para este viaje, además de los saludos formales y el arigató-gozaimas, eran: “watashi no namae wa Marilin des” (mi nombre es Marilin), “o-namae wa desu ka?” (¿cuál es su nombre?) y “watashi ha arenzunshin jin des” (soy argentina). La elección de la última fue porque a igualdad de condiciones, es mejor elegir la nacionalidad más lejana y exótica para impresionar, según me dijo mi hermano, y pareció buen consejo, no me dirán que no. Pues bien, no estudié más frases porque pensaba que la gente hablaría inglés. Sabía que pocos lo hablaban. Pero lo que no sabía es que los que “lo hablan” no lo hablan. Se han aprendido las frases de memoria como yo. Entonces empezamos diciendo estas frases, y luego ya seguimos con palabras sueltas en inglés, o en nuestro idioma, y terminamos en un vacío comunicacional para los que los gestos no alcanzan. Lost in translation indeed. 

He pensado mucho en esto en Tokio. Qué fuertemente dependientes somos del lenguaje. De lo visual. De los símbolos. Creo que el atractivo de Tokio pasa mucho por ahí, por sentirse perdido de verdad, por desconectar, por saber relajarse cuando no hay nada de lo que agarrarse. En mi caso ha sido así. En algún momento incluso me he arrepentido de haber contratado el pocket wifi (el router wifi móvil), he desactivado todas las notificaciones y he pasado bastante de mirar el móvil. La sensación de perderse en las calles de Tokio es perderse de verdad, y hay algo muy liberador en eso.

Le pedí al chófer sentarme adelante y el letargo del vuelo desapareció en un click. Desde que puse un pie en Tokio mi estado es de alerta permanente, no quiero perderme nada. Luego pienso en lo que me dijo Ernest, que ha estado aquí: piensa desde el principio que da igual cuántos días vayas a Tokio, no vas a verlo -no ya todo- sino un pequeño porcentaje de lo que quieras ver, lo mejor es dejarse llevar por las calles y disfrutar. Y nunca vuelvas al mismo sitio, hay demasiado en Tokio para tener que repetir. Cada vez que hacía una foto el chófer me miraba. Yo había hecho una foto a una esquina, donde había unas autovías a tres niveles, unas máquinas expendedoras en plena calle, unas bicis sueltas sin atar. ¿No hay de esto en Argentina?, pregunta el chófer con gestos. Y yo no me he aprendido la frase: “Es que vivo en Madrid, y no, tampoco es nada parecido a esto” en japonés.

En cuanto llegué al hotel noté lo que siempre me pasa cuando estoy muy cansada. No puedo formular una pregunta simple, ya no en inglés sino en cualquier idioma. Por lo tanto hice la mínima cantidad de preguntas idiotas al de la recepción y me dí una ducha y me acosté. Puse el despertador a las 9 intentando dormir al menos 6 horas, porque ya eran las 3. Pero a las 5.47 me despertó la luz (¿a qué hora amanece en esta ciudad?). Abrí la ventana y me quedé con la boca abierta al ver el parque Shinjuku Suo Park, que está enfrente a mi habitación y detrás, como un oportuno ejemplo del escenario de Godzilla, el impresionante edificio del gobierno metropolitano. Abrí la ventana y oí un chirrido ininterrumpido intenso que venía del parque. Cuando bajé lo oí aún más fuerte al pasar al lado, saqué el móvil y lo grabé. Luego durante el día, andando por el parque en Harajuku, me dí cuenta de que son insectos, chicharras o lo que sea, que hacen ese ruido intenso. Por la noche se habían callado.

Voy a dejar un resumen de los sitios donde he ido hoy, porque no llegaré a escribirlo todo, y no quiero estar aquí hasta el amanecer.

– Despertar otra vez a las 10.39 am sin poder pensar.

– En estado dormida: buscar restaurante, no encontrar y decidir salir y ver, ir a la oficina de información turística, vagar por las calles del edificio de Gobierno, perdida hasta encontrar la entrada. Buscar los pases de JR Pass y del metro. Comer un sushi de cinta, pensando todo el rato que no estoy usando bien los palillos y todos me miran por eso. Despertarme un poco y llegar a la estación de Shinjuku.

– Nadie habla una gota de inglés, pero todos son muy amables. Gestos como los indios (la india soy yo, claro).

– Me llama la atención: que la mayoría de las bicicletas que veo aparcadas en la calle no están atadas. Creo que he visto una o dos atadas, el resto sólo con la patita (!)

– Me llama la atención #2: Cómo puede estar todo tan limpio y no he visto a una sola persona limpiando las calles. Tampoco hay papeleras.

– Me llama la atención #3: Hay gente durmiendo en la calle (poca), y tienen todas sus cosas, sus cartones igual de ordenados que todo lo que hay aquí. Todos.

– Me llama la atención #4: Los taxis son todos de diferentes colores. Me hace pensar cuánto nos despierta la curiosidad un viaje, ya que empiezo a preguntarme: ¿el ayuntamiento dará licencias a diferentes empresas? ¿Cuántas serán? ¿Cómo organizan eso? ¿Cómo compiten entre sí?

– La seguridad que hay en las calles es impresionante, simplemente se siente. No he visto casi policía. La gente va con las billeteras al aire, en los bolsillos traseros, deja el móvil en la mesa y el bolso en la silla sin mirarlo casi, incluso en lugares turísticos. Es difícil no acostumbrarse a esto y me doy cuenta que cuando los japoneses van a Europa o a Argentina no son despistados, es que no están acostumbrados a esa barbarie.

– Tanta multitud que no se siente como multitud: me hace pensar que están a años luz. Somos tan diferentes. En todo el día nadie me ha chocado, nadie me ha atropellado (suele suceder en Madrid). Sólo un chico me tocó, porque tenía el brazo extendido y yo lo adelanté, y enseguida me pidió perdón de diez maneras distintas. Años luz.

– Las matrículas de los coches tienen muy pocos números. No lo entiendo.

– Me paso horas mirando las góndolas en los FamilyMart y los 7/eleven: helados, cafés en latas, chocolates, Kitkat de wasabi. No puedo probar todo lo que quisiera. Y el 80% de las cosas es difícil saber qué son. Es como no saber leer, pienso que es como ser niños antes de los 4 años. Compro un yogur porque veo que una chica lo compra y un café.

– Veo unas zapatillas Nike a 4952 yenes de rebajas. Volveré.

– Harajuku: Voy a la oficina de turismo, mientras espero algo me preguntan si quiero rellenar una encuesta, va sobre la prohibición de fumar en algunos sitios en Japón (entre ellos en la calle). Contesto todo diciendo que me parece muy bien y pienso que tendrían que prohibirlo del todo. Me dan a elegir un regalo entre los que hay gafas de colores y souvenirs. Pregunto qué es una cosa que parece un boli y me dicen “air freshener”, me lo llevo. Después de averiguar cómo ir hasta el santuario que hay aquí, me preguntan qué me gustaría ver y no sé muy bien qué contestar. La chica me pregunta si me gustan los animales y me explica que allí hay cafés de animales, pero que como se llenan tanto hay que hacer reservas. Me ofrece hacer una donde quiera y un descuento en la entrada (¿hay que pagar entrada para un café?). No me convence estar pendiente de la hora y le digo que no gracias, que prefiero pasear sin horario. Me recomienda las calles donde pasear: una que es la típica y la principal, y otra, según ella “very nice and more western-like”. Pienso que he venido hasta aquí a ver Japón, y me prometo no pisar esa calle.

– Llueve. Entro a un FamilyMart y compro un paraguas precioso, resistente y además superbarato (1000 yenes, unos 8 euros). Salgo y en 200m veo unos 6 más bonitos y a mitad de precio. Enjoy the moment and don’t look back.

– Templo Meiji. Silencio y paz. Animales. Pájaros. Lluvia. Volver a la ciudad. Volver al metro. Llueve despacito. Veo varias chicas vestidas de geishas en la ciudad, pero es difícil hacerles fotos. Cuando veo dos entrando al templo y haciéndose ellas una foto me lanzo. Una me ve pero ya estoy cruzando el puente, huyendo de allí.

– Shibuya y su central crossing. He estado tomando un café en el Starbucks enfrente una hora sólo para mirar 200 veces a tanta gente cruzando la calle a la vez en tantas direcciones. Es precioso.

– Tienda que vende electrónica: veo un reloj Casio de los que se usaban en los 80 de 8 euros, y el objetivo 50mm 1.4 para Canon a 340 euros. No compro nada.

– Mi búsqueda más frecuente en estas 24hs: time in Tokyo now / time in Madrid now. 

– El hotel mola todo. Tiene un aire retro y minimalista a la vez. Tiene hilo musical. Te dan unas sandalias zen para la habitación y una bata abotonada. Te puedes hacer té en tu habitación. Y el inodoro japonés electrónico… capítulo aparte. Años luz.

Son las 2 am. Tengo que cortar aquí y tratar de dormir. Intentar dormir en Tokio, eso es otro capítulo aparte.

2:11am: ¡Acaba de temblar! Todo se movía en la habitación, y se oían crujidos. Con el corazón a mil he salido al pasillo pero ya no temblaba. Y todo el hotel dormía. He llamado a recepción y me han dicho que es usual. Le explico que fueron varios segundos y me dice que sí pero que es “weak”. Que no tengo que hacer nada, que si eso ya me avisan. Bu. Ahora quién se duerme.

Tokio día 2

 

***
Estoy en Madrid otra vez, 9 días después, y encuentro este diario inconcluso de viaje. Lo de arriba no era un cliffhanger. Así había quedado mi escrito, porque el día 2 Japón me absorbió. O yo decidí que ya escribiría más adelante.

He pensado no publicar nada. Al final gran parte del placer de viajar es la sorpresa. ¿A quién le interesa que le arruinen la experiencia con un texto como este? Luego pensé que podría guardar las recomendaciones todas juntas en un post para que le pueda servir a los que están por ir a Japón, así como me vino bien a mí haber leído ese tipo de posts y recomendaciones (gracias Matallo, Aurelio, Japonismo, Antonio, Jorge, Teresa, Victoriano). Y ahora pienso que quizás lo haga. Pero será otro post.

Notas posteriores:

– Con los días al final también opté por empezar a hacer fotos en las góndolas a las cosas que no podré probar.

– Nunca volví a por aquellas Nike, ni volví a ver esos Casio. En Akihabara entré en una tienda de cámaras usadas y conseguí un objetivo de 50mm como el que había visto, pero usado y a mitad de precio. No he comprado mucho más. La ropa es de las pocas cosas que me parecieron exageradamente caras.

– Volvió a temblar, la noche siguiente (varios segundos también, largo) y la posterior. En Twitter leí que los dos primeros habían sido de 5 y algo puntos, localizados más al norte. En la última noche lo único que pensé fue “que no vuelva temblar que tengo que dormir para levantarme pronto mañana”, y seguí durmiendo. El ser humano es a la vez terriblemente susceptible y adaptable a todo.

2016

Noche malvarrosa

Contundente, intenso y supongo que triste algunos días pero estoy feliz con mi 2016. No creo que deberíamos pedirle menos a un año. Lo empecé en el mismo lugar donde lo termino, al lado del mar, visitando a mi familia y compartiendo días de aire fresco y visión de naranjas.

Empecé 2016 leyendo a Randall Munroe y a Herman Melville: ciencia, sociología y relatos han predominado en mi Kindle este año. El libro que acabo de terminar es Política Moral, en el que Lakoff explica cómo los modelos de crianza inciden en la visión política de progresistas y conservadores, y me ha gustado poder entender más a unos y a otros y revisar mis ideas. El año en el que casi tenemos unas terceras elecciones sido un año muy político, de los que nos gusta vivir en las redacciones, y me ha tocado estar en dos de dos digitales muy leídos y ciertamente referentes en estos temas: en eldiario.es durante la primera mitad del año y en Vozpópuli la segunda. Cada vez leo más y hablo con más personas para entender los cambios que vivimos, en lo político, en lo social, en los medios en última instancia. No estoy ni cerca. Pero es apasionante.

La decisión de saltar a otro medio llegó en un buen momento de mi vida, y me hizo conocer otras aristas y abrir la mirada a una redacción digital similar y diferente a la vez. Sacar cambios adelante nunca es fácil pero lo estamos logrando, gracias a un equipo increíble.

Por el cambio de empresa he conocido a mucha gente nueva este año y he compartido buenos momentos con ellos. En Vozpópuli hemos formado un equipo de periodistas que me hace llenar de ilusión cuando pienso en 2017.

2016 también me trajo amigos que me hacen reír mucho desde nuestros grupos de WhatsApp, Mattermost, Telegram, da igual. He entrevistado a gente talentosa y he superado mi desafío de leer al menos 35 libros este año (¡he leído 52 según Goodreads!). He dado algunas charlas sobre privacidad, una Ignite Talk, he aprendido sobre seguridad en las comunicaciones y vigilancia, producto y periodismo de datos; he escrito mucho más, aunque no he publicado la mayor parte.

He viajado a varias ciudades que curiosamente empiezan con C: Cairo, Cartagena (de Indias), Córdoba (de España). Este año me he comprado una bici y he vuelto a usarla a diario, también volví a nadar todas las semanas. He desactivado más las notificaciones que otros años y casi no me puedo creer que durante 10 meses no tuve el email en el móvil voluntariamente. Si estuviéramos en 2003 debería escribir un post con esto.

En 2016 he tomado decisiones que había postergado durante bastante tiempo, algo que cuesta pero siempre libera. Ha sido un año igual de montaña rusa que algún otro, y sin embargo me he sentido más segura de decir no y más llena de energía para lo que sí quise hacer. Este año también he volado.

En 2016, además de tantos famosos que han sido parte de nuestra generación, ha muerto mi última abuela viva. No podemos evitar sentirnos un poco más solos y más golpeados en esta historia. Pero también más responsables de una época y un momento que nos toca vivir. Y que no cambiaría por nada del mundo.

Yo no creo demasiado en las fechas como límites, esos trazos que uno marca para convencerse que a partir de una hora un año se ha terminado y todo será diferente. Hace poco hablaba con alguien de mi costumbre, sin embargo, de hacer un balance mental cada vez que se termina el año, o los primeros días de enero. A veces lo escribo y a veces no, pero desde que recuerdo en mi mente esto sucede. Nunca me propongo el balance, surge espontáneamente, es una especie de momento mental anual. Algunos dirían que han sobrevivido a 2016, para mí además ha sido un añazo. 2017, vámonos. Feliz año a todos. 

Las portadas que no fueron

Tom Bodkin, left, looking over a mock-up of a possible front page for Wednesday’s New York Times. Credit Stephen Hiltner/The New York Times
Tom Bodkin, a la izquierda, observando el mockup de una posible portada para el New York Times del miércoles. Stephen Hiltner/The New York Times

Esta mañana, como con el Brexit, en varias redacciones se habrá repetido esta escena. A las 5.3o abrí los ojos y empecé a seguir las noticias. La sensación en Twitter y en los grupos de mensajería era cada vez de más pesimismo a medida que se conocían los resultados de los estados. Me resistí hasta que decidí aceptar las probabilidades y cuando ví el vuelco en los datos del NYT, entré a cambiar la portada de Vozpópuli. Habíamos dejado una muy bonita para Hillary Clinton. Ha sido un día tan movido que casi me había olvidado, cuando leo esto del New York Times, justamente: 

And so, in the heart of The Times’s newsroom, long before the exit polls hinted at an upset — and hours before the news media confirmed Mr. Trump’s earthshaking win — Tom Bodkin, The Times’s design director, quietly looked over one such draft.

“MADAM PRESIDENT,” the would-be headline read.

To some, the image you see here is a painful reminder of a historic presidency that did not come to pass.

Entrevistada en Diyitales

Diyitales es un podcast sobre producto en medios digitales que llevan desde 2013 Pablo M. Fernández y Ariel Tiferes. Ayer a las 13.3o hora española estuve hablando vía Skype con ellos sobre temas en los que trabajamos hace tiempo: cómo vemos los medios digitales en Argentina y en España, qué tendencias hay en cuanto a modelos de negocios, la relación que tenemos los medios con las redes sociales y las estrategias detrás de la elección de una u otras. Me preguntaron por mi carrera y lo que fui aprendiendo en estos años en diferentes medios, así que tocó hacer memoria y recordar por ejemplo, la primera vez que me conecté a internet.

La entrevista completa se puede escuchar en Diyitales. En la foto, con Pablo cuando visitó la redacción de Vozpópuli. [Archivo mp3]

Marilín Gonzalo y Pablo M. Fernández en Vozpópuli