Por qué se usa mal la palabra ‘hacker’ en titulares

00192327-960x601

Never mind that in ‘true’ hacker culture – as found in hackerspaces, maker-labs and open-source communities around the world – the mechanical act of breaking into a computer is just one manifestation of the drive to explore beyond established boundaries. In the hands of a sensationalist media, the ethos of hacking is conflated with the act of cracking computer security. Anyone who does that, regardless of the underlying ethos, is a ‘hacker’. Thus a single manifestation of a single element of the original spirit gets passed off as the whole.

-How yuppies hacked the hacker ethos – Brett Scott – Aeon

Sólo una definición en un gran texto que recomiendo y que explica lo que nos dejamos por el camino cuando desconocemos el origen de la cultura hacker, y contribuimos a su gentrificación.

Cómo se vestirá la gente en 1950, según 1914

Otho Cushing

Otho Cushing es el ilustrador de esta portada retrofuturista, publicada por LIFE en 1914. Cushing fue un ilustrador popular que dibujó para LIFE durante muchos años, aunque poco se sabe de él. El estilo y la temática gay de sus trazos han dado cabida a la idea de que la familia o la sociedad de la época vieron algo que ocultar y pocos datos se tienen de su vida, aunque se puede ver su obra en varias ilustraciones y acuarelas. Vía: What people will dress like in 1950 as imagined on the cover of “Life”, 1914 | Matthew’s Island of Misfit Toys

El Ministerio del Tiempo y las mil Españas

El Ministerio del Tiempo

Ví el primer capítulo y me fascinó. No hay spoilers, siga leyendo tranquilo, aunque aún no sepa por qué terminará viendo esta serie. «El Ministerio del Tiempo» es una serie fantástica y de aventuras que se basa en hechos de la historia de España. El propio Ministerio del Tiempo es una institución secreta de la que sólo tienen conocimiento presidentes, reyes y quienes trabajan en él, y tiene como misión preservar la historia de España.

“No podemos decir que no podría haber sido mejor, pero tan mala no es, y no somos quiénes para cambiarla, por lo que tenemos que mantenerla así porque es lo que nos ha hecho que lleguemos hasta aquí”, algo así explica su director a los recién llegados. La premisa –en la que Lucía ve el rancio orgullo españolista– oculta a primera vista mucho más de lo que sugiere inocentemente. A lo largo de toda la serie aparecerá cierta tensión en desafiar esa filosofía y esa misión constantemente, tanto para beneficio colectivo como para beneficio personal de los funcionarios del Ministerio que tienen acceso a las Puertas del Tiempo.

He pensado mucho qué es lo que más me engancha de la serie. Se ha dicho que El Ministerio del Tiempo gusta porque ensalza la figura del funcionariado español, porque allí se habla de España en singular, como si fuera una sola y sin acentos, y que en España gusta porque nos recuerda lo españoles que somos. Yo detesto los nacionalismos, ese orgullo idiota de haber nacido en un trozo de tierra y creer que es mejor que otro. Los conozco, los padezco, tanto el argentino como el español. Cada vez que caigo en ellos, como en un perfume dulce y reconfortante, huyo: las fronteras y las banderas son útiles para administrar, pero los seres humanos somos iguales en lo que importa. Y justamente me parece que El Ministerio del Tiempo se ríe de eso: reconoce esas señas de identidad que los españoles ostentan como propias y de paso hace un chiste con eso. Se han ganado a la audiencia, y aprovechan para tirar del anzuelo. Y mientras hablan sobre reyes, guerras, armas, también hacen crítica social, mostrando cómo se ven las cosas en una y otra época. La ciencia ficción muchas veces ha abierto caminos para que nos cuestionemos nuestra realidad desde el panorama que nos da otro mundo distópico: esa misma crítica social creo ver en algunos diálogos de MdT, y me encanta.

Los jevis de Gran Vía

A quienes nacimos afuera nos muestra de dónde vienen tantos rasgos españoles, nos los muestra jugar y competir entre ellos a lo largo de la historia. No vemos dos, vemos las mil Españas. Y aún así, paradójicamente, es una serie que tiene que luchar contra su estigma de ser española. Cada vez que la he recomendado, me decían lo mismo: “Oí buenas cosas de ella, pero es que me da mucha pereza ver una serie española”. Y también el asombro: “¿de verdad es tan buena siendo española?”. Estoy convencida de que si no la ha visto más gente (aún) es porque ese prejuicio les juega en contra. Los hermanos Olivares y el gran equipo detrás de este producto acaban de demostrar contundentemente que la ficción en este país puede estar al mismo nivel de las mejores series internacionales.

Hay muchísimas cosas que me gustan de la serie, no creo que termine de poner todas en este texto. La elección de los actores, la mezcla de la Historia (siempre con mayúsculas y tan intocable) con el humor, la simpatía de los personajes. Hay escenas muy logradas. Emociona, sorprende, hace reír. El guión es tan bueno, que a pesar de que los actores a veces declamen algunas líneas como si estuviesen en un teatro, logra sobreponerse y crear escenas geniales. Los guiños a la audiencia son constantes, pero no burdos ni obvios. El papel de las mujeres de la serie es maravilloso: Amelia e Irene son las jefas de las misiones, así, de entrada. Las mujeres son protagonistas íntegras, no son amantes o esposas. Son quienes van adelante y quienes rompen las reglas o se atreven a tener las suyas propias. Y finalmente otro detalle que me llama mucho la atención: escuchar a alguien hablando de vos sin ser argentino, escuchar cómo sonaba el vos de España en el Siglo XVI en la voz de Alonso de Entrerríos. Otras cosas que me gustan están descriptas en la reseña de Jot Down (ahí sí hay spoilers).

García Lorca en El Ministerio del Tiempo

Ví la serie en un par de días, tras volver de Argentina. Alguien prof_falken pidió que entrevistáramos a Javier Olivares, su creador, para el Pregúntame, y quise ver de qué se trataba esto. Ese día compartí un viaje de vuelta de Burgos con Antonio (@aberron, ¡gracias!) y le pregunté qué era y me dijo algo así como “Un Doctor Who español”. Sin creerme demasiado su entusiasmo busqué el primer episodio, y en el camino me encontré con mil millones de comentarios en redes, foros, páginas en Facebook y Twitter, millones de fanfics, un Tumblr oficial. Y lo mejor es que no tuve que descargarme nada porque toda la serie está en el servicio A la Carta de RTVE.

La app móvil para verlo con Chromecast es una idea excelente, si funcionase bien. En principio todo va bien hasta que decides pausar, si hiciste eso perdiste: se cuelga la aplicación, hay que comenzar otra vez. Y no solo abrir la app otra vez, sino ver de nuevo todo (!!) porque no funciona bien la función de adelantar/volver atrás. El otro problema es que algunos capítulos se ven en HD y otros no, también una pena, porque ha sido filmada cinematográficamente y sería bueno disfrutarla así.

El éxito del Ministerio del Tiempo

Last but not least, una de los aspectos más interesantes del fenómeno MdT es que pone sobre la mesa el tema de las mediciones. Cuando se habla del éxito de esta serie es necesario explicar que estuvo mal programada, que los primeros cuatro capítulos no tenían un mismo horario, que su audiencia en vivo y en directo era alta pero es en el diferido y en web donde se dispara finalmente: 3.100.000 personas vieron el último capítulo, mientras que “sólo” 600.000 lo vieron en directo. ¿Hasta qué punto es miope seguir considerando sólo a un tipo de medición, la de los audímetros y olvidar a una gran porción de la audiencia, audiencia bastante más exigente además, que ya no ve TV en directo sino a la carta y en diferido?

La participación en redes generada por parte de los ministéricos (así se llaman los fans de MdT) generó fanfics, memes, un podcast, tumblrs, incluso subtítulos en inglés y hasta húngaro; también una petición en Change.org para que TVE hiciera una segunda temporada, algo que al final se ha confirmado por parte de la cadena. Por cierto, en breve tendremos a Javier Olivares en el Pregúntame, los encuentros digitales con los lectores de eldiario.es.

 

Más enlaces:

El Ministerio del Tiempo – Capítulos completos

Entrevista a Javier Olivares – Informativos.net (video)

La fiebre ministérica – La Vanguardia

La gracia y el ceceo

Así gobierna El Ministerio del Tiempo las redes sociales

Entrevista a Javier Olivares en Vaya Tele

‘El Ministerio del Tiempo’ es también el Ministerio del Éxito

Conclusiones de un ministérico después del final de El Ministerio del Tiempo

Ruta ministérica por las localizaciones de El Ministerio del Tiempo

La guía imprescindible para descubrir el Madrid de El Ministerio del Tiempo

Generador de certificados del Ministerio del Tiempo

Libros que leí en 2014

2014

La brecha digital de género, de Iker Merchán

Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos, de Antonio Martínez Ron

Cuando Google Encontró A Wikileaks, de Julian Assange

Azteca, de Gary Jennings

The Glass Cage: Automation and Us, de Nicholas Carr

Computing: A Concise History (MIT Press Essential Knowledge), de Paul E. Ceruzzi

Manual de Periodismo de Datos Iberoamericano, editado por Felipe Perry y Miguel Paz

El pequeño libro rojo del activista en la red, de Marta Peirano

Free as in Freedom: Richard Stallman’s Crusade for Free Software, por Sam Williams (PDF gratuito)

Hatching Twitter by Bilton, Nick (2013)

On Writing: A Memoir of the Craft, de Stephen King

31 noches, de Ignacio Escolar

Thinking, Fast and Slow, de Daniel Kanehman

Cosmicómic, de Amedeo Balbi y Rossano Piccioni

Disparos, de Mario Tascón y Fernando Tascón

No Place to Hide: Edward Snowden, the NSA, and the U.S. Surveillance State, por Glenn Greenwald

The Undercover Economist Strikes Back: The Economy – A User’s Manual (English Edition), de Tim Harford

The Undercover Economist (English Edition), de Tim Harford

Nosotros caminamos en sueños, de Patricio Pron

The Signal and the Noise: Why So Many Predictions Fail-but Some Don’t, de Nate Silver

The Sopranos and Philosophy: I Kill Therefore I Am (Popular Culture and Philosophy), de Richard V. Greene

Precision Journalism: A Reporter’s Introduction to Social Science Methods, de Philip Meyer

Contra aquellos que nos gobiernan (La muchacha de dos cabezas), de Lev Tolstoi

Hackers: Heroes of the Computer Revolution – 25th Anniversary Edition, de Steven Levy

The Data Journalism Handbook, de Jonathan Gray, Lucy Chambers y Liliana Bounegru

Otros libros leídos en años anteriores se pueden ver en mi Goodreads

Sexo hipster

Es tan hegemónica la presencia del sexo en la vida contemporánea que sería complicado distinguir lo que es sexo de lo que no lo es. Lo que es una broma inocente de una insinuación sexual. La cultura hipster hace bastión de esta indiferenciación de lo sexual. Vive en los límites de lo que es lícito e ilícito explicitar. Fuerza los límites de la tolerancia de lo que es posible consumir. La cultura hipster ya no le tiene miedo al sexo porque no hay elemento a su alrededor que no sea sexual.

Hipsteria Lane: gentrificando la intimidad

Elogio de los fans

¿Y si pensamos que los fans no son altavoces de sus ídolos sino que resignifican su mensaje, yendo en muchos casos más allá de la celebridad y apropiándose de sus símbolos para crear nuevas narrativas? Manuel Cuéllar entrevista a Iván López Munuera, crítico y comisario de la exposición «Pop Politics: Activismos a 33 Revoluciones», abierta hasta el 21 de abril en el CA2M, en Madrid, y de allí recojo esto:

[…] pese a que Depeche Mode como grupo sean complacientes con los poderes fácticos y sociales en Gran Bretaña (en sus letras no hay ninguna voluntad de polemizar), la llegada de su música a socializaciones no previstas por ellos supone una activación reprogramada de su música en términos de disidencia frente al poder dominante, una actitud que ellos nunca tuvieron.

Ser fan no significa ser idiota, sino tratar de crear unas narrativas que se ajusten a lo que deseas de ti mismo, muchas veces de manera inconsciente o incluso restrictiva, pero siempre relevante. Dice más de lo que en un principio parece.

Imperdible la entrevista completa: Los fans como fuerza política en El Asombrario.

¿Software open source, SFA, o software libre?

El mismo Stallman que nos miraba desde la foto hubiese estado en contra de que pusieran un artículo sobre la General Public License en la sección «SFA», que según Cenatic es lo mismo que Software Libre. Eso fue lo que sucedió ayer, cuando Cenatic tomó un artículo de Diario Turing «¡Es la GPL, estúpido!» y lo reprodujo bajo su sección SFA (Software de fuentes abiertas).

Y si es lo mismo, ¿por qué hacer la distinción y no poner Software Libre? Eso mismo preguntamos via Twitter y allí nos respondieron que «es lo que pone la ley».

El tema aparentaba tener un matiz más del que suponía: no se entendía la distinción entre términos. Más allá de disquisiciones lingüísticas/jurídicas sobre si debemos hablar sólo con términos que se recogen en las leyes, o si las leyes deben servir a la sociedad o la sociedad a las leyes, me encuentro con un apunte de Miguel Vidal (PDF) que aclara la cuestión (gracias Roberto Santos) y del que tomo unos cuantos puntos.

La expresión Software de Fuentes Abiertas (SFA) surge del inglés «Open Source Software», que significa literalmente «Software de código abierto». Esta acepción intenta evitar la poligamia de la expresión free software, que en inglés puede traducirse tanto por software libre como por software gratuito.

El apunte sin embargo omite algo bastante importante y quizás por eso, algo más extenso de contar. Las diferencias no se trataban sólo de palabras, como casi siempre sucede, sino que hay un trasfondo filosófico, que afecta al concepto mismo del software libre, a sus fines y motivaciones.

El grupo de personas que hablaban de Open Source fundamentaban el uso del software libre en la mejor calidad que se obtiene del producto final, al tener a muchas personas que aportaban al mismo. Este era el fundamento principal y aquí desaparecía o se desdibujaba por lo menos el componente ético que siempre ha sostenido Richard Stallman. La acepción surge en una reunión en Palo Alto surgida después del anuncio de Netscape de liberar su código, lo que sería Mozilla, donde estaban Tim O’Reilly, Linus Torvals y Eric Raymond, entre otros. Ese mismo año, Raymond y Bruce Perens habían creado el Open Source Institute (OSI), que impulsaba el concepto «open source».

Se intentaba evitar las reticencias a usar software libre que había dentro del ámbito corporativo, porque pensaban que luego no podrían explotarlo de forma comercial. Pero hubo mucha controversia con esta acepción, que llevó a interminables debates casi filosóficos donde se ponían en duda las verdaderas intenciones de intentar introducir un nuevo término. Esto generó mucha división, al final lo único en lo que hubo acuerdo es que no es tan importante la acepción como que el término se emplee con rigor, es decir no llamar software libre a algo que no lo es. Actualmente en el ámbito anglosajón los dos términos conviven, porque hay dos comunidades según el fondo filosófico en su motivación por usar software libre.

Hispanohablantes: ¿código libre o abierto?

El idioma español no lleva a equívocos, porque «libre» no significa gratuito sino que lleva a pensar en libertad, lo que es correcto, y este es el término que se ha venido usando en el ámbito hispanohablante desde hace casi 30 años, cuando Stallman definió y creó el movimiento «free software».

Algunos hablantes minoritarios, sobre todo en ámbitos corporativos, según el apunte de Miguel Vidal, «por influencia del inglés y traducciones apuradas», empezaron a usar «open source». La ley 11-2007-LAECSP (Ley de Acceso Electrónico de los Ciudadanos a los Servicios Públicos) utilizó en su redacción la forma «Software de Fuentes Abiertas», definida con la misma definición de software libre, pero que conlleva una filosofía detrás que no se puede dejar de lado.

Los malentendidos surgen en que al usar dos términos para lo mismo, muchas personas creen que son dos cosas distintas, y se pierden la distinción que hacen las dos comunidades. También que al usar «abierto» como reclamo de marketing da pie a que se utilice para cosas que no son software libre, por ejemplo permitir ver el código pero no modificarlo ni distribuirlo.

Sin necesidad, nos hemos traído una confusión lingüística del inglés cuando no la necesitábamos, por un lado. Pero por el otro, además, diciendo que las dos expresiones significan lo mismo, soslayamos la concepción diferente del software libre que tienen las dos comunidades, que puede ser interesante conocer antes de saber qué término estamos utilizando.

Foto: Innovation Group – CNS UCSB· University of California, Santa Barbara