¿Cambiarán el futuro las redes sociales? -revisited-

Marilín Gonzalo, Irene Cano, Pepa Romero, Marisa Toro

A fines de 2011, la revista Yo Dona nos convocó a varias mujeres que trabajamos en medios digitales y plataformas de internet para hablar del futuro y de los retos profesionales: Irene Cano, directora de Facebook en España en ese momento; Marisa Toro, directora de Comunicación y Asuntos públicos de Google para España y Portugal, y Pepa Romero, directora y responsable del área de banca y gran consumo de Territorio Creativo.

La nota salió en papel pero esta semana me encontré en YouTube con varios videos que no había visto, así que los pongo en una entrada en el blog junto con el reportaje. Aunque sigo estando de acuerdo con lo que dije, en líneas generales, esto fue hace más de 2 años y fue curioso ver cómo las experiencias han hecho que mis puntos de vista se hayan matizado y enriquecido. También están las fantásticas fotos que nos hicieron (algunas tipo demasiado tipo brigada femenina de la red, para qué negarlo).

Mujeres y negros en ciencia: opina DeGrasse Tyson

«Sé que las fuerzas de la sociedad que previenen a negros y mujeres de ser científicos son reales porque tuve que sobrevivirlas para estar hoy aquí. Así que antes de empezar a hablar de diferencias genéticas, hay que encontrar un sistema en el que las oportunidades sean iguales.»

– Neil DeGrasse Tyson, astrofísico norteamericano y presentador de Cosmos: A Space-Time Odyssey, la serie de TV secuela de aquella que fuera escrita y presentada por Carl Sagan.

Malena Pichot, una entrevista nada fácil

Sigo a Malena desde que me enteré de su existencia a raíz de un video en el que devolvía violencia a los piropeadores callejeros. Sí, era border, y eso me encantó. Luego me encontré con Jorge, la serie que hizo para la televisión pública argentina y me pareció brillante, simple y real. Me ví todos los capítulos en un par de tardes. Luego hemos hablado en la redacción muchas veces de lo que escribe o de sus vídeos, y en algún momento después de sacar Micromachismos pensé que teníamos que entrevistarla.

Malena Pichot - marilink

A mí me fascina cómo Malena puesto sobre la mesa un discurso que hasta ahora estaba escondido o negado. Sobre todo en el ámbito de la cultura de internet donde ser feminista no es cool; sobre todo en Argentina, donde el machismo es tan invisible y tan hegemónico a la vez, que ella haya logrado que un programa en prime time de la tele o una revista como Cosmopolitan la llamen para proponerle espacios me parece notable. Que una comediante nacida de internet hable desde una posición feminista real y tenga verdaderos fans, es un logro casi social, diría. Hace una década no había una Loca de Mierda. Hay algo bueno que está cambiando en todo eso.

Después de publicar la entrevista, aparecen unas reacciones curiosas. Gente que la ama con fervor, gente que no la conocía y se ha quedado como entre descolocada y fascinada y no saben bien qué decirme, gente que no la soportaba y abiertamente me dice que no leerá la entrevista. Y sobre todo, gente que empieza a preguntarse sobre los límites del humor o qué quiere decir feminismo si no es lo contrario que machismo.

Por otro lado, el más inesperado, la entrevista con Malena no fue fácil. Hablamos en argentino, obvio, pero en el momento de preguntarle, yo sabía que no podía usar expresiones demasiado argentinas que luego no pudiera «traducir» al español, y eso me hacía buscar un equilibrio complicado en el que no podía tirarme con tranquilidad por ninguno de las dos variantes del castellano completamente. Cuando ella contestaba con giros tan porteños, no podía dejar de pensar cómo escribiría eso para que se entienda por lectores españoles sin dejar de ser una traducción fiel de sus palabras. Cuando finalmente la transcribí, estuve hasta último momento leyéndola con ojos españoles y latinoamericanos a la vez para que ningún lector se quedara afuera de todo lo que Malena contó. Doble traducción, una explicando las frases argentinas y otra que iba del coloquio y expresión oral (que tan bien maneja una estandapera como Malena) a las letras en una pantalla.

Además de eso, entrevistar a alguien con el que coincides en muchas ideas y posiciones es terrible, y hay que hacer un esfuerzo por crear un espacio incómodo, por hacer de abogado del diablo, para sacar una mejor conversación. Y si además te hace reír (y a mí que no me cuesta nada lanzar carcajadas), bueno, sales de la entrevista pensando que ha sido la peor de tu vida.

Juro que lo intenté. La entrevista se puede leer entera en la sección de Cultura, de eldiario.es, y si no la conocen, este es un perfil de Malena Pichot, donde además hay una pequeña selección de videos.

La brecha digital: ciberutópicos y pesimistas digitales

La brecha digital en cifras
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Si hay un espacio de libertad que puede terminar con las desigualdades de antiguas estructuras e instituciones, ese parece ser internet, con sus modos díscolos y su insurgencia frente a esquemas tradicionales. Si hay una nueva “tierra prometida”, esta parece estar muy cerca del acceso al conocimiento que nos da la red.

La red de redes ha ido revolucionando industrias y modos de organización a escala mundial. Se ha convertido además en el nuevo espacio público, sin necesidad de reconocimiento de autoridades, gobiernos o medios de comunicación. Si antes decíamos “lo ha dicho la tele”, ahora “lo vi en Twitter”, “está en Youtube” o “envíame el enlace” son las nuevas formas de legitimación de los contenidos que nos llegan.

Los modelos de grandes industrias, como la música primero, el cine, los medios de comunicación después, y ahora también las editoriales se ven tambalear cuando los hábitos de consumo cambian y las herramientas de producción se hacen accesibles a más personas. Ya suena a lugar común hablar de las posibilidades que implica subirse en esta nueva nave que nos impulsa hacia el futuro.

Contra este optimismo digital surge el escepticismo de pensadores como Evgeni Morozov. La idea que subyace en la visión de los ciberutópicos, explica Morozov, es que si das dispositivos y conectividad a las personas, la democracia surgirá inevitablemente.

El problema con este tipo de argumento, explica Morozov, es que confunde los usos deseados con los usos reales de la tecnología. Tenemos las herramientas para terminar con las desigualdades, pero ¿lo estamos logrando o es una declaración de intenciones? Morozov define internet como el nuevo campo donde los métodos de control siguen reproduciéndose, porque los gobiernos totalitarios han aprendido a manejar el ciberespacio.

La visión crítica hacia aquel optimismo viene desde hace tiempo, cuando se empezó a hablar de la brecha digital, o fractura digital, que es la cantidad de personas que tienen acceso a internet, entendido como dispositivos más conectividad.

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), el 39% de la población mundial está conectada, pero en los países en desarrollo ese porcentaje es del 31%, mientras que en los países desarrollados es el 77% el que tiene acceso a internet. Otra institución, esta vez financiera, como el Banco Mundial, da cifras similares: en 2011, de cada 100 habitantes de países desarrollados, 67,4 estaba en internet, mientras que en el resto de los países esta cifra caía a 27,96.

El crecimiento del acceso a internet no se detiene, pero a pesar de la tendencia positiva, el 90% de no-conectados pertenece a países pobres o en desarrollo. Es decir, de acuerdo con los estudios, dos tercios de la población mundial están desconectados de internet y de las oportunidades a las que un tercio privilegiado tiene acceso.

Para entrar en internet se necesita electricidad o baterías, un dispositivo (ordenador o teléfono inteligente), conexión (infraestructura y acceso a esas redes). Pero para ser parte activa y construir algo en la sociedad de la información se necesitan, además de lo dicho, alfabetización –damos por descontado el saber leer, escribir y manejar un teclado– y habilidades específicas de uso del ordenador, del software y las redes. Y cuando internet empieza a ser más accesible a todos, cabe preguntarnos si los que vamos a bordo de esta nave estamos en la sala de control o sólo vemos las olas pasar.

Aquí nacen las otras brechas digitales, las desigualdades dentro de la brecha. Según un informe encargado por Intel con la colaboración de ONU Mujeres, a escala global en los países en desarrollo, un 25% menos de mujeres que de hombres tiene acceso a internet, disparidad que se eleva a un 45% en regiones como el África subsahariana.

Incluso en economías que están creciendo rápidamente, la brecha es grande: alrededor de un 35% menos de mujeres que de hombres en el sur de Asia, Oriente Próximo y el norte de África se conecta a la red y alrededor de un 30% en algunas partes del continente europeo.

Los coches pueden no ser un derecho, pero la posibilidad de moverte con libertad ciertamente lo es. Internet es más como el sistema de carreteras que como un coche.

El coste económico, el analfabetismo, la falta de conciencia de las oportunidades, y la desigualdad que existe entre unos y otros países e incluso dentro de ellos, hace que estas brechas también se manifiesten en el acceso a la tecnología, dejando a millones fuera de la nave. Internet, además, es un espejo que nos muestra la gran desigualdad presente en el mundo y que estamos perpetuando si no hacemos algo para cambiarla.

Por lo tanto, saber qué hacemos quienes ya estamos en la red también interesa. Si la forma y el grado de participación es un parámetro importante, los estudios hablan por ejemplo de la regla del 1%, o principio del 90–9–1, una ratio que varios estudios en comunidades online, como Yahoo, Flickr, Wikipedia o Menéame han confirmado, donde el porcentaje de productores de contenido es sumamente reducido. La ratio de creadores/consumidores es de un 0,5% también en un estudio llevado a cabo en Twitter en 2011 que confirmaba que sólo una “élite” de 20.000 usuarios generaban tuits con el 50% de las URL que el resto consumía.

Respecto del tipo de actividad, Morozov estudió una jerarquía piramidal de cibernecesidades: nos dedicamos más a 1) divertirnos, 2) hablar, 3) compartir en redes sociales, 4) aprender (en sitios como Wikipedia o las charlas de TED) y, finalmente, 5) a actuar en campañas o por causas a las que nos adherimos.

Cuando usamos internet de forma activa y colectiva, los cambios son tan grandes que equivalen a cambios de categoría y no sólo de escala. En este sentido, Steve Levy observó, al escribir sobre el cambio que significó la aparición del iPod, que si uno hace algo un 10% mejor, logra una mejora, pero si hace algo 10 veces mejor, crea algo nuevo.

Internet no sólo puede hacer que nos comuniquemos mejor, sino que el grado y el alcance de esa comunicación transforma la manera en la que actuamos y vivimos. Hasta tal punto que el acceso a internet ha sido considerado por Naciones Unidas como un derecho humano, porque posibilita la educación, la libertad de expresión y la libertad de reunión de maneras nuevas. Vint Cerf, uno de los padres de internet, no está de acuerdo, porque considera que la web como herramienta no puede ser un derecho en sí, sino que lo es aquello que posibilite hacer esa herramienta.

Mathew Ingram, un periodista especializado en temas tecnológicos, justificaba la decisión de la ONU diciendo: “Los coches pueden no ser un derecho, pero la posibilidad de moverte con libertad ciertamente lo es, e internet es más como el sistema de carreteras que como un coche o un caballo”.

El agua antes que internet, o las matemáticas antes que aprender a programar. La idea de que hay que tener primero ciertos derechos o saberes, para que después vengan las “nuevas tecnologías”, como si el aprender no fuera parte de un proceso en el que el tener una ventana abierta al mundo y estar conectado en redes no favoreciera de manera multiplicadora ese aprendizaje, transformándolo en sí mismo. Como si al analizar el enorme salto que hizo dar la imprenta a la humanidad pudiéramos separar la herramienta del alcance que permitió.

Hay un momento en todo debate en el que se menciona la brecha digital como excusa para quitar importancia a internet, para recordarnos que estamos dejando fuera a quienes no pueden acceder a un ordenador… Y olvidamos así una gran brecha analógica que es y ha sido mucho más grande, pero también más invisible. A aquella cantidad de gente –siempre mayor numéricamente– que por una infinita variedad de causas no podrán estar en un lugar definido en tiempo y espacio.

La brecha digital es un concepto que ha sido usado como excusa muchas veces para negar o subestimar el impacto que tiene internet sobre el progreso de la sociedad y los individuos conectados. Podemos hablar de cantidad de smartphones o banda ancha por país, pero la distancia analógica siempre será mucho mayor, meramente por posibilidades numéricas, ya que internet permite conjugar personas, espacios y tiempos que analógicamente no es posible conectar.

El optimismo no está mal, pero deberíamos dejar de pensar en términos de “iPods per cápita” y más en qué estamos haciendo los que sí accedemos a internet, cómo podemos fortalecer a los intelectuales, a los disidentes, a las ONG y a los miembros de la sociedad civil. Como propone Morozov, “debemos callarnos nuestras conjeturas ciberutópicas y empezar a hacer algo efectivamente”.

Si se trata, como dijo William Gibson, de que el futuro ya está aquí, sólo que no está distribuido equitativamente, quienes somos testigos de sus posibilidades tenemos tarea por hacer.


Este artículo se publicó originalmente en la revista Cuadernos #2 Más Desiguales de eldiario.es, dedicada al análisis de la desigualdad en varios ámbitos, y en Diario Turing, la semana pasada.

Cuando ser feminista no es cool

Etam Cru

Hasta hace unos años no se me hubiera ocurrido pensar que era feminista. Parecía una batalla ajena ganada en los 70, hasta que en algún momento te empiezan a poner en mesas redondas de “mujeres en internet”, o te preguntan cómo es trabajar en un ámbito donde el ratio de varones es alto. Cuando quieres pensar que no te afecta, cuando vienes con tu optimismo tecnológico a analizar esto, te das cuenta que la igualdad no existe, que el machismo afecta a los hombres también, que falta mucho por hacer. Internet al final es un espejo de esta sociedad, y si no somos conscientes de las injusticias podemos reproducirlas. Creo que es necesario decir que eres feminista aunque no sea cool o no tengas tantos retuits.

Como dice Yolanda Domínguez hoy en el Huff, que sepáis todos los que os declaráis no feministas que estáis haciendo alarde de vuestra ignorancia en público (de eso y de ser malas personas). Porque el feminismo quiere la igualdad de ambos sexos, y soy feminista porque quiero que seamos iguales y tengamos las mismas oportunidades reales.

Hoy en Diario Turing publicamos sobre la brecha digital un artículo que habla de la desigualdad en el acceso a internet en el mundo, pero también habla de “las brechas dentro de la brecha”, de las desigualdades que hay dentro de ese acceso: un 25% menos de mujeres que de hombres tiene acceso a internet, y ese número se eleva a un 45% en regiones como el África subsahariana. Escribí este artículo para nuestro monográfico sobre la desigualdad en el mundo, cuando me preguntaba si estamos realmente usando internet para construir algo mejor, para ayudar a las minorías a que puedan progresar. También en internet hay desigualdad, también en las startups adoradoras de la cultura de Silicon Valley hay quienes hablan de oportunidades pero no dejan tomar decisiones a las mujeres que trabajan allí. Sólo basta echar un vistazo al porcentaje de directivos de uno y otro sexo, sólo basta pasearse por algún evento tecnológico y ver quiénes están en los stands mostrando productos y quiénes dando las conferencias.

Ayer me preguntaron por algunas mujeres que quisieran dar su testimonio para un reportaje por el día de la mujer. Pensé en mujeres incansables, maravillosas, sensibles y fuertes a la vez, luchadoras, pensé en mi madre, en amigas, en muchas mujeres que leo. A muchas de ellas no pude recomendarlas porque trabajan conmigo, y me sentí afortunada por eso. Feliz día, mujeres.

Ilustración: Etam Cru

El machismo «cool»

El machismo del siglo XXI va mucho más allá de agresiones sexuales, violencia «doméstica», piropos obscenos, acoso sexual en el trabajo, trata de blancas, moralismo católico, leyes reaccionarias, discriminación laboral y otras formas fácilmente reconocibles de opresión y explotación de la mujer. En el siglo XXI hay demasiadas actitudes machistas y demasiados machistas que no identificamos como tales, y que quizá ni siquiera ellos mismos sepan que lo están siendo. El machista posmoderno es un machista de baja intensidad o como a mí me gusta llamarlo, de liberación lenta, como los antibióticos, pues va actuando poco a poco sin que lo percibamos. La mayoría de las veces nos reímos incluso de sus chistes.

Más en Machismo alfa en fase beta, de Carmen González Magdaleno