Los retrones y el Premio Zangalleta para eldiario.es

eldiario-14 Hace unos días fui a Zaragoza a recibir en nombre de eldiario.es el Premio Zangalleta que otorga desde hace 20 años la FDA, Fundación de Disminuidos Físicos de Aragón. Fue un gustazo estar allí con Raúl y Pablo, del blog De Retrones y Hombres, quienes tienen mucha de la culpa de recibir este premio. Desde que nació eldiario.es, quisimos mostrar las noticias en su dimensión social. Un dato no significa nada si no entendemos qué pasa con las personas detrás de él. Las primeras secciones con las que nació eldiario.es fueron política y economía, y fuimos sumando otras, como Sociedad, y Desalambre, dedicada exclusivamente a los derechos humanos. En la redacción hay una prioridad constante que es la de abrir espacios, contar otras realidades que no reflejan otros medios, y poner a disposición de quienes tengan algo que contar nuestra plataforma, sobre todo de quienes no tienen ese altavoz que pueden encontrar en otros medios: minorías o grupos que no tienen visibilidad. A los pocos días de que yo empezara en el eldiario.es, Nacho me mostró un email que había recibido: era de Pablo y Raúl, dos chicos de Zaragoza con discapacidad física, los «retrones» en cuestión. En ese mail, nos contaban que querían escribir en un blog. Lo pusimos en marcha enseguida. Yo entonces no sabía lo que quería decir retrón, y a partir de leer la palabra tantas veces en esos posts le tomé tanto cariño que me resulta difícil buscar otra para hablar de ellos. Como dicen ellos mismos:

No nos gusta la palabra «discapacitado». Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a «retroceder». La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen. Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión.

Muchas veces estoy por usar esta palabra y pienso “Marilín, para los otros fuera del blog esto suena diferente, lo pueden tomar de forma negativa”, y entonces empiezo a buscar otras palabras, todas muy correctas pero ciertamente menos adorables. De hecho surgen discusiones: en Twitter, en la redacción, a la hora de comer, en listas de emails. Dentro y fuera de redes sociales, en privado y en público. Hablamos mucho de si las palabras son las adecuadas, si estamos refiriéndonos a un colectivo correctamente, si al fin y al cabo son las palabras tan importantes como nos parecen y no son sólo una forma hipócrita de no tocar otros temas más graves. Y al final terminamos hablando de su situación, de los problemas, de la sociedad en la que estamos unos y otros y de lo que queremos cambiar. En este punto yo, íntimamente, pienso que lo estamos logrando. Y esto es lo que nos hace ir todos los días a la redacción, quemarnos las pestañas hasta la madrugada editando un artículo, poniendo en marcha un especial, peléandonos con el sistema de edición. Y que Pablo me diga después del acto que nunca se ha sentido tan libre escribiendo en un medio. Es eso, y quizás no tanto un premio, lo que nos da fuerzas para pensar que otra forma de hacer periodismo es posible.