«Los ingenieros nos dicen que los medios hemos cuidado muy poco los datos de nuestras audiencias», uno de los apuntes que se escuchó en nuestra mesa redonda ayer en Fundae, de boca de Pilar Sánchez-García, investigadora de la IA de la Universidad de Valladolid.
Como periodistas tenemos que escuchar más a los ingenieros y sobre todo, preguntarles más, entender lo que está pasando con la IA para tomarla como una herramienta útil al periodismo, sobre todo para tenerla de nuestro lado en estos tiempos de desinformación, y que sirva a los intereses del público y no a los de unas pocas plataformas. La jornada organizada por Fundae fue un espacio excelente para tratar este y otros temas. Nuestra mesa «Nuevas oportunidades en el periodismo: IA, perfiles y formación» nos reunió a esta investigadora, a Marcelo Ortega y a mí para conversar sobre los perfiles periodísticos del futuro que ya podemos intuir. O eso intentamos.
¿Qué será lo siguiente este año en periodismo y qué quisiera yo que fuera? Esta pregunta nos hizo Mar Manrique a varios periodistas en la industria de los medios para el primer número de Fleet Street su newsletter.
Yo pensé en lo que me gustaría primero: que desde los medios la tecnología se cubra como otros temas, pensando en las personas y haciendo las preguntas incómodas y sin tragarnos las narrativas exultantes que vienen de Silicon Valley. Lo que creo que sucederá tanto en formatos como en contenido es que creo que habrá una búsqueda de espacios y temas más centrados en las comunidades de cada medio.
La AI apareció en muchas de las opiniones y deseos. Me gustó el de Delia Rodríguez: «Que los trabajadores del sector se unieran para revisar sus términos laborales de forma colectiva, como los guionistas de Hollywood, y defender sus empleos, sus condiciones de trabajo y su propiedad intelectual». También dijo que es un año en el que periodistas y abogados vamos a pasar mucho tiempo juntos.
Nan Robertson fue la periodista del New York Times que en su libro «The Girls in the Balcony» contó la historia interna de la lucha de las mujeres del Times por un tratamiento igualitario en el periódico. El balcón en cuestión está en el salón de bailes del Club de Prensa Nacional de Washington, que hasta 1955 prohibía a las periodistas mujeres entrar, y hasta 1971 unirse al club.
La única forma que tenía una reportera mujer de cubrir un discurso presidencial era ubicándose en aquel balcón sobre el salón. Así que cuando el presidente hablaba, las mujeres periodistas se amontonaban en ese pequeño espacio, entre los técnicos y los cables. Esas eran las chicas del balcón.
Dijo Michelle Bachelet una vez que cuando una mujer entra en política cambia la mujer, pero cuando muchas mujeres entran en política, cambia la política. Si pensamos en medios de comunicación, quizás es lo que nos haga falta para volver a un periodismo inclusivo.
Un sector en el que el 47% de las periodistas son mujeres no puede tener un ratio de directivas que no llega al 20 %, por razones de productividad y eficiencia, y también de representatividad, de justicia.
Es necesario promover el liderazgo de la mujer en medios de comunicación.
Con este objetivo nace hoy un proyecto que lleva 2 años in the making: el Balcony Group. Está formado inicialmente por nueve periodistas, entre las que me han invitado a formar parte: Ana Pardo de Vera (directora de Público), Soledad Gallego-Díaz (directora de El País), Montserrat Domínguez (directora de revistas de PRISA), Pepa Bueno (Directora Hoy por Hoy –SER), Ana Romero (periodista y escritora), Charo Marcos (directora de Kloshletter), María Ramírez (Nieman fellow), y Mirta Drago (directora de comunicación de Mediaset), y yo. En la foto, algunas de ellas estamos en el balcón del salón de International Institute donde se hizo el panel de Liderazgo de Mujeres en Medios hoy, como un improvisado tributo a esas chicas del balcón que lo cambiaron todo en el New York Times.
En los medios nos hemos olvidado del objetivo de buscar la verdad. A veces escribimos para nuestros jefes, a veces para nuestra burbuja de seguidores de Twitter, a veces incluso escribimos para los lectores del medio en que escribimos. Pero no muchas veces nos atrevemos a dudar de nuestros sesgos.
Tengo la suerte de conocer a varios periodistas que llevan el oficio dentro. Los leo porque sé que los likes les dan igual, que ellos publicarán lo que sea necesario. Pero no es la mayoría. La verdad ya no es un objetivo para la mayoría. Contar los hechos es algo que hacemos, algunos por convencimiento íntimo, otros por costumbre, otros incluso por objetivo comercial: “hay que ser creíbles para construir una marca”.
Internet, el medio digital, nos enamoró desde el principio porque vimos allí en su anarquía, un espacio de libertad y de debate. Nos echamos a sus brazos y nos dejamos llevar por la impulsividad de las redes, por el avasallamiento de los likes, porque creímos que la verdad triunfaría sola, que todo era más transparente y que podríamos hacer un periodismo nuevo partiendo desde cero.
Pero ese espacio de libertad y debate tiene que ser protegido. Allí todo va muy rápido, y como hemos aprendido, también la mentira, también la manipulación, también el ansia de conseguir un par más de clicks y luego rectificaré.
Y los periodistas trabajamos con las prisas. Es más fácil coger una declaración, tira por ahí, hago una llamadita, y monto la URL. Pero hoy en nuestra sociedad hay temas que exigen que nos leamos un par de libros, que hablemos con expertos, que nos enfrentemos a nuestros sesgos y debatamos antes de publicar.
Todos estos matices y puntos de vista necesitan ser negociados, debatidos y defendidos dentro de una redacción. Si no tenemos redacciones donde todos seamos escuchados, si creemos que una redacción es sólo una empresa donde uno va, hace lo suyo y no se moja ni se implica, nos perdemos la ocasión del debate, la ocasión de cambiar lo que estaba mal.
Y cuando digo escuchar a todos, también me refiero a dejar trabajar a todos, a dar más poder de decisión a los periodistas.
¿Cuántas mujeres hay en las redacciones? ¿Y cuántas mujeres están tomando decisiones a alto nivel en esas redacciones?
Quizás la verdadera innovación no es sacar unos gráficos con una nueva herramienta. Quizás la innovación verdadera sea empezar a poner a más mujeres en puestos de mando, cambiar la forma de trabajar, abrir los despachos, escuchar más a nuestros lectores.
Como directivos tenemos que delegar más, confiar más en nuestros periodistas. Como periodistas tenemos que hacernos responsables de contar la verdad. Como primer objetivo. No podemos ser cómodos. No es un oficio para cómodos.
Estos son algunos apuntes que preparé para la charla que tuvimos en la I Jornada de Periodismo Responsable, Innovación y Libertad de la Información, organizada por la PDLI, ayer en Madrid, donde firmamos con otros medios el Decálogo para un periodismo responsable. La charla completa puede verse en este vídeo:
Tuve la suerte de participar en el XXII Foro Eurolatinoamericano de Comunicación, celebrado en Cartagena de Indias entre el 24 y el 26 de octubre. El evento, organizado por la Asociación de Periodistas Europeos (APE), la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y la CAF-Banco de Desarrollo de América Latina, reunió a periodistas jóvenes y emprendedores de toda Iberoamérica. Fue una experiencia enriquecedora en lo profesional y lo personal. Me encantó estar allí compartiendo aprendizajes con tantos colegas y proyectos innovadores de medios latinoamericanos que están transformando la manera en que se hace y se entiende el periodismo.
Participé en el panel “La juventud como audiencia”, moderado por Flavio Vargas (CAF), junto a Álvaro González de Radiónica (Colombia), Rafael González y Daniel Mountain. Durante la conversación, hablamos de algo que para mí es fundamental: cómo conectar con las audiencias jóvenes desde un periodismo que no solo informe, sino que también escuche, dialogue y emocione. En Vozpópuli, donde trabajo como jefa de Producto, apostamos por medir no solo el tráfico, sino también el tipo de interacción que genera cada contenido. Nos interesan las métricas cualitativas porque nos ayudan a entender cómo se relacionan nuestros lectores con lo que publicamos, y qué los mueve a compartir, a comentar, a volver.
También compartí cómo usamos herramientas de analítica en tiempo real para adaptar los contenidos a lo que está ocurriendo en ese preciso momento, y cómo las redes sociales deben dejar de ser vistas únicamente como canales de distribución para convertirse en espacios de cocreación. Las audiencias —especialmente las más jóvenes— quieren formar parte de la conversación. No buscan solo informarse, sino también participar. Y eso implica que el periodismo debe estar dispuesto a abrirse, a escuchar, a replantearse constantemente sus formatos y su lenguaje.
Una de las grandes riquezas del foro fue el intercambio con colegas que están creando nuevos medios en contextos muy diversos. Ver de cerca proyectos como Chequeado en Argentina o La Silla Caribe en Colombia me reafirmó en la idea de que el periodismo emprendedor no es una moda, sino una respuesta real y necesaria a los desafíos actuales: la desinformación, la polarización, la pérdida de confianza. Estos medios jóvenes no solo ofrecen información rigurosa y verificada, sino que además están experimentando con modelos sostenibles y con formatos narrativos frescos, creativos y profundamente conectados con sus comunidades.
Las conclusiones del encuentro reflejaron precisamente eso: que hay una generación de periodistas que no solo se adapta, sino que innova; que no solo se forma, sino que emprende; y que entiende su papel social con responsabilidad. La lectura de la Declaración de Cartagena de Indias cerró el foro con un llamado claro: fortalecer un periodismo joven, independiente y comprometido que enfrente con rigor los discursos manipuladores y defienda la verdad como bien público.
Volví de Cartagena con muchas ideas y una certeza: el futuro del periodismo está en la conexión real con las audiencias. No se trata solo de alcanzar a los jóvenes, sino de entenderlos, de hablar con ellos y no solo para ellos.
En uno de los países que más datos guarda y que más acceso a la tecnología tiene, en el país donde está Ferguson, hay una base de datos que no existe: la de las personas que mueren en enfrentamientos policiales. Brian Burghart, editor del Reno News & Reviews, es uno de los que comprobó esto al buscar datos, y decidió hacerla él mismo. Montó fatalencounters.org y está pidiendo ayuda para que cualquier persona pueda ayudar a completar esta base de datos. El proyecto se suma a otros dos: el de Kyle Wagner, que empezó hace unos días, y el de Jim Fisher.
Burghart comprobó que estas noticias sólo aparecen en ediciones locales y en la mayoría no se consigna el nombre de la víctima ni del policía, ni explicación de la situación. El dato de la raza de la víctima, a menos que sea informativamente relevante, tampoco se da por ética periodística, con lo que se agrega más opacidad al suceso.
Además del valor de la base de datos que está construyendo, Burghart dice:
The biggest thing I’ve taken away from this project is something I’ll never be able to prove, but I’m convinced to my core: The lack of such a database is intentional. No government—not the federal government, and not the thousands of municipalities that give their police forces license to use deadly force—wants you to know how many people it kills and why.
[Lo más importante que he aprendido de este proyecto es algo que nunca podré probar, pero de lo que estoy íntimamente convencido: la falta de una base de datos como esta es intencional. Ningún gobierno, ni el federal ni los de miles de distritos municipales que dieron a sus fuerzas policiales permiso para usar fuerza mortal quieren que sepas cuántas personas matan y por qué.]
The scientist who does not allow herself to be spiritually empowered by art is the poorer for it. And the artists who dismisses science has closed himself off from half of the human adventure.