La brecha digital: ciberutópicos y pesimistas digitales

La brecha digital en cifras
Click en la imagen para ampliar

Si hay un espacio de libertad que puede terminar con las desigualdades de antiguas estructuras e instituciones, ese parece ser internet, con sus modos díscolos y su insurgencia frente a esquemas tradicionales. Si hay una nueva “tierra prometida”, esta parece estar muy cerca del acceso al conocimiento que nos da la red.

La red de redes ha ido revolucionando industrias y modos de organización a escala mundial. Se ha convertido además en el nuevo espacio público, sin necesidad de reconocimiento de autoridades, gobiernos o medios de comunicación. Si antes decíamos “lo ha dicho la tele”, ahora “lo vi en Twitter”, “está en Youtube” o “envíame el enlace” son las nuevas formas de legitimación de los contenidos que nos llegan.

Los modelos de grandes industrias, como la música primero, el cine, los medios de comunicación después, y ahora también las editoriales se ven tambalear cuando los hábitos de consumo cambian y las herramientas de producción se hacen accesibles a más personas. Ya suena a lugar común hablar de las posibilidades que implica subirse en esta nueva nave que nos impulsa hacia el futuro.

Contra este optimismo digital surge el escepticismo de pensadores como Evgeni Morozov. La idea que subyace en la visión de los ciberutópicos, explica Morozov, es que si das dispositivos y conectividad a las personas, la democracia surgirá inevitablemente.

El problema con este tipo de argumento, explica Morozov, es que confunde los usos deseados con los usos reales de la tecnología. Tenemos las herramientas para terminar con las desigualdades, pero ¿lo estamos logrando o es una declaración de intenciones? Morozov define internet como el nuevo campo donde los métodos de control siguen reproduciéndose, porque los gobiernos totalitarios han aprendido a manejar el ciberespacio.

La visión crítica hacia aquel optimismo viene desde hace tiempo, cuando se empezó a hablar de la brecha digital, o fractura digital, que es la cantidad de personas que tienen acceso a internet, entendido como dispositivos más conectividad.

Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), el 39% de la población mundial está conectada, pero en los países en desarrollo ese porcentaje es del 31%, mientras que en los países desarrollados es el 77% el que tiene acceso a internet. Otra institución, esta vez financiera, como el Banco Mundial, da cifras similares: en 2011, de cada 100 habitantes de países desarrollados, 67,4 estaba en internet, mientras que en el resto de los países esta cifra caía a 27,96.

El crecimiento del acceso a internet no se detiene, pero a pesar de la tendencia positiva, el 90% de no-conectados pertenece a países pobres o en desarrollo. Es decir, de acuerdo con los estudios, dos tercios de la población mundial están desconectados de internet y de las oportunidades a las que un tercio privilegiado tiene acceso.

Para entrar en internet se necesita electricidad o baterías, un dispositivo (ordenador o teléfono inteligente), conexión (infraestructura y acceso a esas redes). Pero para ser parte activa y construir algo en la sociedad de la información se necesitan, además de lo dicho, alfabetización –damos por descontado el saber leer, escribir y manejar un teclado– y habilidades específicas de uso del ordenador, del software y las redes. Y cuando internet empieza a ser más accesible a todos, cabe preguntarnos si los que vamos a bordo de esta nave estamos en la sala de control o sólo vemos las olas pasar.

Aquí nacen las otras brechas digitales, las desigualdades dentro de la brecha. Según un informe encargado por Intel con la colaboración de ONU Mujeres, a escala global en los países en desarrollo, un 25% menos de mujeres que de hombres tiene acceso a internet, disparidad que se eleva a un 45% en regiones como el África subsahariana.

Incluso en economías que están creciendo rápidamente, la brecha es grande: alrededor de un 35% menos de mujeres que de hombres en el sur de Asia, Oriente Próximo y el norte de África se conecta a la red y alrededor de un 30% en algunas partes del continente europeo.

Los coches pueden no ser un derecho, pero la posibilidad de moverte con libertad ciertamente lo es. Internet es más como el sistema de carreteras que como un coche.

El coste económico, el analfabetismo, la falta de conciencia de las oportunidades, y la desigualdad que existe entre unos y otros países e incluso dentro de ellos, hace que estas brechas también se manifiesten en el acceso a la tecnología, dejando a millones fuera de la nave. Internet, además, es un espejo que nos muestra la gran desigualdad presente en el mundo y que estamos perpetuando si no hacemos algo para cambiarla.

Por lo tanto, saber qué hacemos quienes ya estamos en la red también interesa. Si la forma y el grado de participación es un parámetro importante, los estudios hablan por ejemplo de la regla del 1%, o principio del 90–9–1, una ratio que varios estudios en comunidades online, como Yahoo, Flickr, Wikipedia o Menéame han confirmado, donde el porcentaje de productores de contenido es sumamente reducido. La ratio de creadores/consumidores es de un 0,5% también en un estudio llevado a cabo en Twitter en 2011 que confirmaba que sólo una “élite” de 20.000 usuarios generaban tuits con el 50% de las URL que el resto consumía.

Respecto del tipo de actividad, Morozov estudió una jerarquía piramidal de cibernecesidades: nos dedicamos más a 1) divertirnos, 2) hablar, 3) compartir en redes sociales, 4) aprender (en sitios como Wikipedia o las charlas de TED) y, finalmente, 5) a actuar en campañas o por causas a las que nos adherimos.

Cuando usamos internet de forma activa y colectiva, los cambios son tan grandes que equivalen a cambios de categoría y no sólo de escala. En este sentido, Steve Levy observó, al escribir sobre el cambio que significó la aparición del iPod, que si uno hace algo un 10% mejor, logra una mejora, pero si hace algo 10 veces mejor, crea algo nuevo.

Internet no sólo puede hacer que nos comuniquemos mejor, sino que el grado y el alcance de esa comunicación transforma la manera en la que actuamos y vivimos. Hasta tal punto que el acceso a internet ha sido considerado por Naciones Unidas como un derecho humano, porque posibilita la educación, la libertad de expresión y la libertad de reunión de maneras nuevas. Vint Cerf, uno de los padres de internet, no está de acuerdo, porque considera que la web como herramienta no puede ser un derecho en sí, sino que lo es aquello que posibilite hacer esa herramienta.

Mathew Ingram, un periodista especializado en temas tecnológicos, justificaba la decisión de la ONU diciendo: “Los coches pueden no ser un derecho, pero la posibilidad de moverte con libertad ciertamente lo es, e internet es más como el sistema de carreteras que como un coche o un caballo”.

El agua antes que internet, o las matemáticas antes que aprender a programar. La idea de que hay que tener primero ciertos derechos o saberes, para que después vengan las “nuevas tecnologías”, como si el aprender no fuera parte de un proceso en el que el tener una ventana abierta al mundo y estar conectado en redes no favoreciera de manera multiplicadora ese aprendizaje, transformándolo en sí mismo. Como si al analizar el enorme salto que hizo dar la imprenta a la humanidad pudiéramos separar la herramienta del alcance que permitió.

Hay un momento en todo debate en el que se menciona la brecha digital como excusa para quitar importancia a internet, para recordarnos que estamos dejando fuera a quienes no pueden acceder a un ordenador… Y olvidamos así una gran brecha analógica que es y ha sido mucho más grande, pero también más invisible. A aquella cantidad de gente –siempre mayor numéricamente– que por una infinita variedad de causas no podrán estar en un lugar definido en tiempo y espacio.

La brecha digital es un concepto que ha sido usado como excusa muchas veces para negar o subestimar el impacto que tiene internet sobre el progreso de la sociedad y los individuos conectados. Podemos hablar de cantidad de smartphones o banda ancha por país, pero la distancia analógica siempre será mucho mayor, meramente por posibilidades numéricas, ya que internet permite conjugar personas, espacios y tiempos que analógicamente no es posible conectar.

El optimismo no está mal, pero deberíamos dejar de pensar en términos de “iPods per cápita” y más en qué estamos haciendo los que sí accedemos a internet, cómo podemos fortalecer a los intelectuales, a los disidentes, a las ONG y a los miembros de la sociedad civil. Como propone Morozov, “debemos callarnos nuestras conjeturas ciberutópicas y empezar a hacer algo efectivamente”.

Si se trata, como dijo William Gibson, de que el futuro ya está aquí, sólo que no está distribuido equitativamente, quienes somos testigos de sus posibilidades tenemos tarea por hacer.


Este artículo se publicó originalmente en la revista Cuadernos #2 Más Desiguales de eldiario.es, dedicada al análisis de la desigualdad en varios ámbitos, y en Diario Turing, la semana pasada.

Islandia y nosotros

masks

Llamamos revolución a la egipcia o a la tunecina porque han quitado a tiranos… ¿Cómo llamaremos a las revoluciones que hacen oír la voz del pueblo a gobernantes denominados demócratas que creen que la democracia es sólo votar cada 4 años? Hemos devaluado tanto a nuestras democracias, llamándoles así cuando no lo eran, llamando representantes del pueblo a quienes claramente no nos representan, que ahora, cuando salimos a la calle a decirle unas cosas a una ministra que no nos escucha nos tachan de anárquicos, rojos y otras cosas.

Así empieza Islandia, o cuando una mejor democracia es revolución, el post que publiqué ayer en ALT1040 (léanlo completo) porque continuaba comentando el grandísimo ejemplo que ha dado Islandia en lo que se ha llamado la revolución silenciada. Los comentarios, donde se habla de neoliberalismo, de innovación y de anarquía están cargados de razón y ahí encontré esto:

La innovación no tiene bases políticas (Camanarac)

Tan cierto. Algo está mal cuando muestras a un pueblo que hace escuchar su voz y lo primero que te dicen es que son de religión protestante, que son un país pequeño, en conclusión, que esto no sucederá en [X] (sustituya X por cualquier país hispanoamericano). Cuando nos apresuramos en buscar diferencias en vez de buscar lo que todos tenemos en común.

Todas las sociedades son particulares, porque tienen su historia y sus circunstancias, porque las personas somos diferentes, pero si buscamos excusas siempre nos mereceremos tener los políticos que tenemos. Si buscamos comodidad, tendremos bipartidismo. Si queremos innovación, tendremos que movernos, no pensar que podremos estar incómodos, sino incluso buscar salir de esa zona de confort, hablar con otros, confrontar nuestras ideas. Y puede ser que en el proceso se nos caigan muchos prejuicios, como que la innovación sólo era cosa de neoliberalistas.

Foto: grindlebone

El mito de la escala

“The myth of scale is seductive because it is easier to spread technology than to effect extensive change in social attitudes and human capacity. In other words, it is much less painful to purchase a hundred thousand PCs than to provide a real education for a hundred thousand children; it is easier to run a text-messaging health hotline than to convince people to boil water before ingesting it; it is easier to write an app that helps people find out where they can buy medicine than it is to persuade them that medicine is good for their health. It seems obvious that the promise of scale is a red herring, but ICT4D proponents rely—consciously or otherwise—on it in order to promote their solutions.”

Boston Review — Kentaro Toyama: Can Technology End Poverty? via MalaMujer

El verdadero tamaño de África

No es hasta que visitas un par de países africanos o hablas con su gente cuando sales del error de referirte a África como si fuera una unidad homogénea, como si cada uno de sus países no tuviera distintas culturas, lenguages, identidades.

Kai Krause ha hecho su pequeña contribución a la lucha contra lo que él llama «immappancy», algo que sería en cierta forma similar a la falta de alfabetización, la insuficiencia de conocimiento geográfico, con este mapa de África, donde otros continentes y países superpuestos nos dan una idea de su tamaño real. Si hacen click sobre la imagen pueden ver además las cifras.

The true size of Africa

África, la olvidada, no sólo lo es por los políticos, los gobernantes o los medios de comunicación. Incluso en los mapas que normalmente utilizamos aparece más pequeña de lo que es, algo de lo que nos damos cuenta cuando vemos el mapa que hizo Arno Peters, también llamado Proyección de Peters, que también refleja nuestra idea errónea de que los países del hemisferio norte son mucho mayores que los del sur. Por cierto, The West Wing, en la segunda temporada, le dedicó una escena de su capítulo 16 al tema.

Via: Blame it on the voices

Mashable, tecnología y desarrollo

Adam Hirsch, Mashable

Mashable, junto con la Fundación Naciones Unidas y 92Y están organizando este año el primer Digital Media Lounge de la semana de Naciones Unidas: un espacio donde periodistas, bloggers, representantes de ONGs hemos trabajado juntos para llevar la información de lo que se dijera durante esta semana hacia fuera de las paredes de las salas y convenciones.

Preguntaron a Adam Hirsch de Mashable cómo continuarán con la cobertura después del Digital Media Lounge desde esta web, tan centrada en lo tecnológico, y dijo que en estos momentos hay 5 personas en el equipo editorial dedicadas a buscar información sobre temas sociales y de desarrollo. «La idea es no sólo hablar de tecnología y redes sociales sino de ver cómo las personas se están conectando«, dijo. Se mostró encantado de poder hacer llegar estos temas a otras audiencias y que la gente se vea interesada en ellos.

Al final es algo de lo que hablo bastante en este blog, cómo los avances tecnológicos permiten cambios desde algo pequeño, sobre todo en los países que más lo necesitan, y cómo la tecnología está ahí para que la usemos pero está en nosotros apropiarnos de ella, poder darle un uso liberador que ayude a las personas.

Hoy tuitée algo que dijo Matthew Bishop, de The Economist, en la mesa con Adam Hirsch: «Creo que las redes sociales son el factor que cambia las reglas de juego para los pobres, para tener una voz» y alguien acotaba: «Siempre y cuando el pobre tenga ordenador, internet y luz eléctrica para utilizarlas no?» Pero pensar así es creer que los usos de las redes sociales son los mismos que los nuestros: con PC, con ADSL fijo pagado desde casa.

En muchos países de África el uso de móviles está muy extendido y cada vez más personas están en redes sociales por ser una forma rápida y barata de enviar mensajes. En Latinoamérica se utiliza mucho el móvil, cada vez más para conectarse a Internet, y quienes no tienen internet en sus hogares pagan en locutorios por horas para conectarse con sus amigos y jugar, socializar o compartir información. El mundo es mucho más grande de lo que puede parecernos, y las posiblidades tecnológicas se multiplican. Está en nosotros encontrar esos usos e intentar ver cómo podemos cambiar realidades para ayudar a las personas, porque al final no es la tecnología en sí lo importante sino lo que ella puede hacer por nosotros.

Matthew Bishop (The Economist): «La agenda es la correcta y estamos todos en la misma dirección»

Matthew Bishop, Adam Hirsch en el DML

Matthew Bishop (@mattbish) de The Economist estuvo hoy en el Digital Media Lounge de la UN Week hablando sobre lo que ha sucedido esta semana de discusiones sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, junto con Adam Hirsch de Mashable.

La impresión de Bishop fue muy positiva, dijo que ahora «se siente que esto es posible, que la agenda es la agenda correcta y que todos estamos apuntando en la misma dirección». La pregunta ahora, según él, es si esta estrategia y este plan será ejecutado.

También dijo que esto nos había servido para mostrar que realmente la ayuda para el desarrollo es mucho menor de lo que parece. Se habla mucho de ella pero luego los números y las proporciones efectivas son bastante pequeños, y por eso es necesario enfocarse en resultados -coincidiendo con lo que plantea la nueva política de desarrollo que presentó Obama el miércoles.

Bishop dijo que Noruega es el modelo a seguir como país, un donante que cumple con lo que ha prometido. Noruega, junto con los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Luxemburgo son países que ya están destinando el 0,7% de su presupuesto o más en ayuda al desarrollo. Agregó que es muy importante que la ciudadanía sea consciente de estos temas; los impuestos son altos y el presupuesto está sujeto a escrutinio permanente y en ese sentido es muy bueno que las ONGs hayan propuesto una serie de objetivos a cumplir.